jueves, 30 de mayo de 2019

El Beso

El viento como cada tarde en aquél día y  en esa playa cubierta de arena y escasas rocas, iba de tierra a mar, con una suave intensidad que solo hacía mover suavemente los pétalos de las flores de la plaza de acceso a la playa. Una que otra persona caminaba por la playa con su mascota, las cuales con la gracia de sus movimientos al seguir felices a sus amos y con el mar de fondo, daban al lugar la sensación de un cuadro de antaño. Y como en toda playa al centro estaba lo que era una pequeña caseta de salvavidas, la cual por la hora se encontraba vacía. Pero como siempre estaba ella, una mujer de más de 50, de cabello corto y ojos café, sentada de pies cruzados en la arena, como si imitara una posición de yoga. Su vestido ligero danzaba con el viento, dejando en cada movimiento sutil mostrar algo del sostén que ella llevaba, el cual sin duda era de un azul intenso, su figura al contrastar con el sol, dejaba ver la silueta de una mujer estilizada, de grandes caderas y busto prominente. Con sus manos bordaba sobre una tela, con lanas de múltiples colores, lo que parecía ser un caballito de mar que parecía desear perderse en las profundidades del mar que bañaba la playa. Ella repetía todos los días ese paseo, como si bordar mirando el mar le diera paz y le trajera hermosos recuerdos, quizás de algún loco amor de esos que cambian la vida y enseñan a vivirla intensamente.
Pero ese día, en ese atardecer, más bien de color anaranjado e intenso, paso algo especial, que de no haberlo visto diría que fue una fantasía. Pero, solo puedo decir que mis ojos lo vieron, y por eso lo comparto. Entre las olas del mar, un hombre se desplazaba hacia la playa, nadie lo veía, pero yo desde donde estaba pude ver su reflejo en la superficie del agua, daba brazadas lentas pero fuertes y en silencio, una tras otras hasta que se detuvo. Este se para en la arena, mientras el agua lo golpeaba, pero sería por su fortaleza que el agua parecía deshacerse en cada golpe que le daba, que no pude dejar de verlo, por momentos sentí miedo y me acorde de aquella mujer, la miro y ella como siempre afanada en su bordado no miraba al mar, solo lo sentía. En eso el reflejo escaso del sol deja ver al hombre a contra luz, era más bien calvo y con algo de barba, que mostraba cierto color blanco, gira su cabeza en todos lados y se detiene  al verla a ella, la mira intensamente, al rato deja salir una sonrisa, ella aún no lo ve, en eso un par de gaviotas despegan desde la playa ocasionando que la bella mujer levante su cabeza, las mira volar hacia el mar como si su ruta quisiera señalar.  Sus ojos suaves se detienen al verlo a él, su bordado cae a la arena, sus piernas parecen tiritar, sus labios algún sonido deja escapar, pero no entiendo lo que dice. 
Ella se para, el hombre del mar camina hacia ella, bañado en agua de mar y cubierto de sal, ella se queda quieta de pie, no se mueve, sus manos parecen llamarlo, el da paso tras paso, hasta llegar a ella.   Se miran sin moverse, ni tocarse, solo se miran, y ola tras ola que golpea la playa no cambian sus movimientos. Solo se ve que los labios de ambos brillan en la oscuridad de ese atardecer. Sus miradas se fusionan, y en eso el acerca sus labios a ella, y ambos labios se unen, y en ese momento exacto el mar deja de moverse, las aves no vuelan, solo hay silencio.    No se tocan con las manos ni el cuerpo, solo se besan lenta y profundamente, el bordado en el piso se cubre de arena, parece una eternidad todo ese beso, él hecha su cabeza hacia atrás y le dice algo que no escucho, gira y en solo tres movimientos desaparece en las profundidades del mar, en ese momento las olas vuelven a golpear la playa y las aves vuelven a volar. Ella sigue de pie, no se mueve, sus labios parecen desear continuar el beso, su mirada se pierde en el mar, el sol ha desaparecido. Después de muchas olas, ella baja la mirada y recoge el bordado, esta intacto. Sus ojos brillan, y unas lagrimas caen por sus mejillas, su vestido flamea con la brisa, su mirada recorre la playa y el mar en busca de ese hombre que se ha perdido en las profundidades, ya el frío llega y como cada tarde quien parece ser su hijo la viene a buscar, ella se da vuelta y se retira de la playa abrazada de ese joven. La veo irse a lo lejos, pero va más radiante y alegre, como si el beso de ese fantasma le volviera una parte de su vida que tenía guardada. Yo miro al cielo y extiendo mis alas, y desde la palmera que me cobija a diario, despego para surcar el mar como lo hago cada noche en busca de mi alimento en ese azul infinito, pero sabiendo que en las profundidades de este vive el hombre de mar.


Daniel Malfanti Bravo



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