viernes, 12 de mayo de 2017

Mirando bajo la lluvia

Al abrir la puerta de mi casa, observo como mis fieles compañeros bajo el alero se protegen de la imparable lluvia, pero sin nunca dejar de vista la entrada principal, como si la razón de sus vidas es cuidar la morada. Les hablo y me miran con ternura, demostrándome que ni la lluvia ni el frío los separan ni menos los detienen.
En eso mira hacia la calle y veo como las gotas se destruyen en el contacto con el pavimento, mientras las más afortunadas caen sobre los arboles y amortiguan así la caída, no perdiendo su forma en la totalidad y deslizándose hoja tras hoja, para finalmente caer en la tierra para sumergirse en ella en busca de compartir la vida.    Al mismo tiempo, con el viento y la lluvia, algunas hojas caen de los árboles, como si los estuvieran desnudando para bañarlos para una nueva etapa.
El agua que cae en el pavimento, se acumula en grandes charcos que aumentan, otra se une a la berma y se desliza por la calle hacia el alcantarillado, perdiendo la oportunidad de entrar en la tierra y dar la vida en ella, pero vuelve al mar, en busca de otro proceso.
El viento sin ser intenso parece dar pequeños aullidos a ratos, como el llamado que hago a mis fieles compañeros cuando salimos a caminar, y ellos al escucharlo parecieran volar con sus cuatro patas de regreso a mi.
La lluvia, pareciera ser el reflejo de la vida, donde nos enseña que abrirnos nos permite alimentarnos, mientras la conjunción con el viento nos muestra la importancia de librarnos de los escudos y las cargas innecesarias para partir un nuevo proceso de la vida. Y los fieles compañeros, muestran que la verdadera familia, no es la sangre, si no quienes están a tu lado en los momentos difíciles.


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